Permítanme contarles una historia…
Natalia caminaba de regreso a
casa luego de una jornada de trabajo normal, llevaba una bonita sonrisa en el
rostro y una mano en efecto involuntario acariciaba su vientre. Llevaba el tipo de sonrisas de una mujer que sabe que al llegar a
casa encontrará eso que añora.
Extrañaba una cosita pequeñita que le llenaba el alma de una sensación de euforia que todavía no
terminaba de entender, sentía que esa sensación era más grande que ella
y que la sobrecogía y que estaba a punto de multiplicarse. La sensación de ser
mamá.
Cruzando la última calle su
sonrisa se ensanchó y comenzó a ir más deprisa. Saludó a su madre al entrar a
casa, dos hermanos estaban sentados en la sala frente al televisor, su hermana
salía de la habitación vecina y le daba un suave beso en la mejilla.
– ¿Cómo estuvo el día?
– Bastante bien, en realidad. Cerré el mes hoy.
Nat llevaba casi 8 años
trabajando en una empresa de Telecomunicaciones, comenzando como secretaria y a
lo largo de los años, haciendo carrera dentro de la empresa, logrando subir
escaños exitosamente, hasta llegar a ser supervisora de su área. Ese día,
corriendo a su habitación y mientras besaba a su esposo, recordaba que estaba a
punto de cumplir 24 años y tenía mucho más de lo que alguna vez soñó tener.
La niña, que acababa de cumplir
un año, se mecía en su regazo con mucho cuidado, Nat no pudo reprimir el
recuerdo de su pequeña que al nacer no era más que una muñequita de porcelana,
exactamente igual que una muñequita de porcelana: sutil y frágil. La pequeña
había nacido cuando apenas cumpliría los 7 meses de gestación.
– ¿Todo bien? Escuche que
cerraste caja hoy.
– Si. Podremos ir a ver la casa
mañana temprano.
Su esposo se acercó para darle un
largo beso.
– Mañana la veremos, me contó
Juan que solo faltan algunos detalles.
– También quería pedirte que
vayamos el lunes a revisar el estado del crédito para el carro. ¿Ya lo viste?
Su esposo esbozó una reluciente
sonrisa.
– Si, es azul y me encanta.
Nat levantó una mano para acariciarle la mejilla.
– ¡Me alegra! – Le dijo pasando
la yema de sus dedos por su mentón que ya tenía una sombra de barba que a ella
le encantaba.
Nat iba a cumplir 24 años, era
esposa de un empleado de la misma compañía donde ella trabajaba, tenía una hija
de un año, tenía un buen trabajo, aunque con su familia aún vivían en casa de
sus padres, su casa propia estaba a punto de ser terminada, además, conseguiría
un crédito para adquirir un automóvil. ¿Qué más le podía pedir a la vida?
Vivía estable. Su familia estaba
estable y lo estarían aún más al llegar a su sitio propio. Tendrían más
privacidad y podría pintar las paredes del color que ella quisiera.
Natalia iba a cumplir 24 años en
el año de 1994.
****
La pequeña muñeca de porcelana,
sutil y frágil, para el año 2017 está a punto de cumplir los mismos 24 años que
su madre cumplió alguna vez.
Pero se está subiendo en un transporte
público y se sienta en el único asiento vacío hacia la mitad del bus. El señor
no se quiere mover del puesto del pasillo así que tiene que hacerse camino con
dificultad hacia el asiento de la ventana, a esa hora de la tarde era mala hora
para ir de ese lado en un transporte ruidoso, apretujado y mal oliente. El sol
daba de lleno en mitad de su rostro a lo largo de todo el camino.
Colocó su bolso como pudo entre
los rayos ultravioleta que parecían aumentar su poder al hacer contacto con el
vidrio de la ventana y la golpeaban duramente sobre la piel, llevaba el
estómago vacío a pesar de que eran las 4 de la tarde y debería haber, por lo
menos, almorzado. Respiró profundamente para no echarse a llorar.
Llevaba en el bolsillo nada más
que el pasaje del bus, tenía ganas de comer algo pero entonces no podría
regresar a casa y tampoco es que hubiese podido comprar nada, ningún alimento
valía un pasaje en bus, literalmente. No había comido nada en todo el día y la incomoda combinación explosiva que se arremolinaba a su alrededor le producía un inmenso pesar.
La pequeña muñeca de porcelana ya
no es tan pequeña, cumplirá 24 años y está graduada de la universidad, dos
títulos profesionales y a punto de terminar el tercero, tiene dos trabajo
–aunque ha considerado dejar uno de ellos porque no le remunera demasiado (o
nada, la verdad) y se ha convertido más en hobby que en empleo– vive en casa de
su abuela y...
Con el bolso a un lado de su
cara, cerró un momento los ojos y pensó:
Estoy igual que mi mamá a su
edad. Igual en tiempo de desarrollo al menos. Cumpliré 24 años. Vivo en el
mismo país en el que ella los cumplió en su momento pero a diferencia de ella, soy
licenciada a esta edad y no comencé a trabajar antes.
Estoy soltera. No tengo hijos –aunque créanme, este estado no tengo apuro en cambiarlo–, tengo dos trabajos… que siendo
honesta, son como no tener nada. Tengo 2 gatas a las que ni
siquiera les puedo comprar comida… tampoco… hoy.
No tengo casa y ni me le están
ultimando detalles.
Y ni de lejos estoy por recibir
un crédito para un auto.
¿Qué hice mal?
¿O no fui yo?
Vivo en la misma Venezuela en la
que ha vivido mi madre. Geográficamente hablando, si. Espiritualmente, no. Hace
24 años la gente de mi edad tenía oportunidades en este país que me enseñaron a
amar como parte de mis células. Hace 24 años se podía.
Hoy, 24 años después, la gente se
va.
24 años después, no alcanza el dinero ni para comer una semana.
24 años después, la vida en
la misma Venezuela te ha dicho a golpes que no podrás.
Y yo no quiero irme. Quiero ser yo, aquí.
Hoy, a punto de cumplir 24 años, pienso que antes la
vida era tan distinta. No hacía falta ser millonario para vivir bien, ni irse
del país y ganar en dólares, lo podías tener todo aquí si le mostrabas a los
demás tus capacidades.
Hace 24 años, tener 3 títulos universitarios me hubiesen
valido de mucho, hoy, incluso me prohíben dar clases en una institución porque
no estoy de acuerdo con politizar mis funciones…
…Porque no estoy de acuerdo con
la manera en que mi país está siendo gobernado, porque no estoy de acuerdo en
tener que vivir así.
Tengo casi 24 años y me siento
como muñeca de porcelana, pero delgada, débil –aunque luchando–, sutil y frágil,
si, pero no del modo más poético.
Tengo casi 24 años y siento que
no tengo nada. En la misma Venezuela de 1994. En la misma Venezuela que debería
ser mejor. En la misma Venezuela que debería hacerme honores por tenerme aquí y
por haber parido una profesional, trabajadora y todos los demás adjetivos que
quieran sumarle.
Mi mamá quizá no haya tenido todo
lo que quiso, quizá sí. Pero quisiera poder retribuirle todo lo que ha hecho
por mí… pronto.
Tengo casi 24 años y pienso en cómo la vida da vueltas y de cómo un puñado de personas te la
voltean, pienso en la muñeca de porcelana que se queda en su país
el tiempo que sea necesario porque va a verlo renacer y poder ser, con toda
plenitud, bajo su cielo.
Porque también merezco caminar a casa con una sonrisa
sabiendo que al llegar encontraré eso que añoro: Una pizza familiar que me
llena el alma de una sensación de euforia que todavía no termino de entender y…
bueno… ya saben el resto.
La muñeca de porcelana se baja del bus, coloca el bolso en su espalda, respira profundo y sonríe a medias.
Esto va a terminar bien, pronto.
Roraima Colina
Esto va dedicado a mi madre, a todos los jóvenes que viven en Venezuela bajo circunstancias parecidas o peores (estoy con ustedes) y a todos mis amigos fuera del país. Los extraño y gracias por recordarme siempre, espero tenerlos por acá muy pronto de nuevo porque esto lo vamos a superar... pronto.
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